Ignacio, al ser de una familia bien acomodada y cristiana, estaba en el punto de mira de los revolucionarios.
El 28 de julio de 1936, hacia el atardecer, lo cogieron preso, no para llevarlo al tribunal ni delante del tribunal, sino para conducirlo al coche de la muerte que le llevó a las afueras de la ciudad y con doloroso calvario fue puesto ante el verdugo que había de ejecutarlo. Cuando iban a taparle los ojos, con voz clara y serena les dijo: "yo nunca he actuado a escondidas, siempre he actuado dando la cara, y en mi ultimo momento, aquí me tenéis. Muero como católico y mi último grito es éste: ¡Viva Cristo Rey!". Este grito quedó ahogado por la descarga de los enemigos.
Ésta fue una de las primeras victimas que conmovió a todo el mundo incluso a los propios asesinos: Parece ser que a partir de este asesinato, el cabecilla, cuando hizo otras detenciones, no volvió a ejecutarlos, sino que les hacia pagar algún dinero y les amenazaba diciendo que si no lo daban les pasaría lo mismo que a De Puig, aunque difícilmente, decía, serían tan valientes como él.